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ilustración de Alexander Khost

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Parte 1: Navegando la transición entre la escuela convencional y el Aprendizaje Auto-Dirigido.
De la transición hacia la autonomía. Aprendizaje auto-dirigido.

“Con toda esta libertad, a veces extraño que alguien me diga qué hacer”.

Una de las personas con las que trabajo (próxima a cumplir 10 años de edad) me comparte, en una bellísima mezcla de dolor e integridad, sus dudas mientras transita de un modelo de educación ortodoxa a otro emergente, de aprendizaje auto-dirigido

Me regala su maestría con las palabras. Una joya la dignidad con la que profundiza en su ecosistema interior para darle sentido a esto que descubre. Sumergirse en esta manera nueva de aprender y realizarse, hizo olas en otras áreas de su vida.

“Me escucho más, y a veces ignoro a otras personas” capacidad potencial diamante, carbón si no se refina. Se siente decepcionada porque también pasa con mamá.

Por diseño en los sistemas de educación ortodoxa se promoueve la imagen de la Autoridad como una entidad externa al individuo, centralizando en esta el poder. En este movimiento, aparentemente natural, se apuntala la separación entre el “ser” y el “hacer”.

Deseos, intenciones, emociones, ritmos, voluntades, toda la complejidad que enriquecería un saludable proceso de aprendizaje se ve intencionalmente oprimida. El medio se vuelve el mensaje: antes que aprender cualquiera de las asignaturas, por cultura y contexto, se aprende a obedecer a quien ostenta el poder, siempre diferente de mí mismo. Esto deriva en el modelaje de sujetos dóciles ante formas de autoridad manifiestas o anónimas. En la primera podemos identificar fácilmente la fuente de control; en la segunda vemos la bala, el muerto pero no el arma que disparó. Se disfraza de opinión pública, doxa científico, publicidad y otros memes culturales. Aunque podemos racionalmente rastrear sus fuentes y comprenderlas, en la mente colectiva existen como verdades aceptadas y raramente cuestionadas.

Un sistema basado en la inteligencia colectiva piramidal (nuestras sociedades actuales y sus instituciones), para su supervivencia, no se permite incluir la espontaneidad o la impredictibilidad de quienes participan de él. Mineraliza desde la estructura.

A esta autoridad predominante en las escuelas de hoy podemos asociarla con bases psicológicas del sadismo: la obtención de poder (y gozo) nacida del ejercicio del dominio y la opresión. Y aunque materialmente estas entidades presentan una fuerza mayor a la del individuo (lo que usualmente suele impresionar e intimidar), esta forma de poder no se arraiga en dicha fuerza, sino en la debilidad. Necesita poseer para subsistir, por lo tanto, dependiente y débil.

Otra de las consecuencias naturales de este tipo de autoridad consiste en promover la cultura de la complacencia. Sólo ella puede autorizar el valor que se le otorga a la acción de cada individuo, usualmente a través de mediciones arbitrarias y estandarizadas, por aquello del riesgo de la diversidad. En este mar de métricas abstractas también encontramos al Otro como referencia e instrumento de medición de mi propio valor, a través de la comparación y competencia. Cúspide de la separación, inicio de toda guerra.

El individuo complace a esa estructura que le reconoce y valora (siempre bajo sus propios términos), deseos fundamentales, sin importar que lo vuelva ajeno a descubrirse, conocerse y amarse. Incluso en los individuos más exitosos de acuerdo a los estándares, resulta desastroso.

La vida, ya no como guión, sino como hoja en blanco puede asustarnos. Reconocernos como la fuente de poder creativo, y simultáneamente responsable, resulta abrumador porque no sabemos cómo. Toma tiempo abrazar la complejidad, cristalizar el matrimonio de nuestro Ser y Hacer para crear desde ahí.

Cuando me dice “con tanta libertad, a veces extraño que me digan qué hacer”, en el subtexto escucho un llamado a la reconciliación del poder entendido como potencia, como capacidad, de crear nuestro aprendizaje, nuestra vida en comunión y en soledad. Escucho el amor incondicional por el proceso, por el acto en sí mismo, y por su persona herido por una educación basada en el premio, el castigo y la obligación de complacer para sentirse vista y valorada. Veo la magia de la incomodidad natural de toda transformación.

Me arriesgo a decir que algo parecido nos pasa a quienes decidimos comprometernos con el mundo del aprendizaje autodirigido. En el desierto que nos deja el habernos desprendido de la dicotomía del oprimido-opresor, intentamos construir nuestros oasis. Y nos encontramos cara a cara con las ruinas, rocas pesadísimas, de aquellos días de ojos vendados. Adicciones emocionales, físicas y químicas, viejos patrones del ego, máscaras casi cosidas al rostro. A veces quisiéramos hacer bolita la hoja en blanco, tirarla al abismo existencial más próximo y seguirla buscando pero nunca encontrando, que alguien nos de un guión, más cómodo.

Reduce nuestra perspectiva el asimilar el concepto de autoridad como una cualidad poseída por una entidad, del mismo modo que se posee una casa o un auto.

Como parte fundamental de la facilitación, de nuestro propio aprendizaje y el de nuestras comunidades, habrá que sanar este concepto para poderlo incorporar en armonía con nuestra libertad.

Dentro de nuestros espacios de aprendizaje auto-dirigido, buscamos que quien aprende se sepa y viva su completa autonomía y responsabilidad entendiéndose parte de un colectivo. Los individuos y el colectivo, a través de herramientas para composabilidad (herramientas que permiten diseñar a su vez herramientas y procesos) ganan resilencia y la destreza para que sus procesos adquieran la forma que mejor corresponde a sus intenciones. Hay veces que esto significa que haya una autoridad externa dentro del espacio, ejerciendo influencia sobre otros debido a su jerarquía basada en la experiencia. Por ejemplo, si alguien quiere aprender japonés y decide que requiere de un maestro que le enseñe, creará una relación interpersonal de superioridad-inferioridad basada en el conocimiento. Autoridad externa, racional y no inhibitoria.

El maestro y el discípulo comparten la misma intención. Si el maestro logra que el discípulo avance, se sentirá satisfecho, si el discípulo no avanza, ambos compartirán una sensación de incompletud.

Cuando esta experiencia acaba, la aprendiz vuelve a un contexto donde sigue decidiendo qué configuración sirve mejor para su evolución. Sístole, diástole, a consciencia.

Si a través de nuestra facilitación, la autoridad se incorpora desde la elección consciente de que ese formato de relación interpersonal de jerarquía basada en la experiencia, permitirá la mejor forma y contenido, para el desarrollo de la aprendiz, y no como una reacción a la noción de incapacidad de crear el propio orden, regulación y/o encontrar nuestra inspiración para actuar, entonces habremos dado un paso trascendente hacia la verdadera autonomía.

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